Pollito antes de ser gallina
feliz tras su madre y hermanos,
aún más al descubrir su primera presa,
la lombriz revoltosa, atrevida, tan a mano.
La que dejó su madre,
sonriente ante el gesto audaz de de su pollita, tan cercano.
Gallina ya, de plumaje tan brillante
hermosa y hacendosa en la libertad cercada,
de un establo compartido, de un campo tan querido.
Soñadora de noche junto a hermanas,
en el tierno, valiente y joven compañero,
esa especie única de gallo con entrañas.
Gallina que mira al horizonte
y recorre la granja distraída y comprueba triste
una inmensidad de hermanos enjaulados
que comen, sangre y alpiste,
por los picos cercenados.
Hermanos de ojos apagados, de mirada triste.
La que recorre el camino
y comprueba el bullicio de lo que es el matadero.
Los cuerpos colgados, desnudos,
sin garras, ni patas, sin dedos.
Almacenados, amontonados y sin cabeza
perdida la dignidad, material de carnicero.
Sin aliento, esperanza ni alegría
apoyada contra la cerca que separa
la granja del cielo y del campo abierto
Apretada a ella con todas sus fuerzas, desesperada,
hasta que el líquido viscoso inunda su mejilla,
gotea y recorre sus bellas plumas, ya empapadas.
Pero no logra ver nada,
la cerca de alambre de espino la cegó
y sus ojillos no verán más tortura ni muerte
pero será su último adiós
al horizonte, a la luz del cielo y a la esperanza
pero el primer encuentro con la oscuridad y su gran dolor.
Siente el calor de otras manos humanas
que, primero, dan calor, luego, la caricia de seda.
Su propio horror, las condujo al alambre
su corazón, a recoger a la gallina tuerta y fea,
permitiendo recordarnos cada día,
el dolor y el amor, la vida, en fin, de la Gallina Ciega.
Antton Hernández