jueves, 31 de marzo de 2011

Nuestro sistema educativo es anacrónico

El viejo Alexander Sutherland Neill ya lo decía, una educación inspirada en la libertad es una educación rica para el crecimiento y la felicidad. No es la libertad de "hacer lo que a uno le venga en gana", sino libertad como "hacer lo que uno quiera o crea que deba hacer pero, siempre, sin dañar la libertad del otro". ¿Y qué es la libertad? Un valor. Y uno fundamental, además. Durante la historia han nacido múltiples teorías educativas, y cada cuál apostaba por la que creía más certera. Bajo el optimismo pedagógico se adoptaba una postura prácticamente milagrosa en la que se defendía que la educación solventaba y era la cura de todos los problemas que acaecían en el mundo. En general, este prisma, no está del todo equivocado.  

Es cierto que la educación no resuelve todas y cada una de las dificultades del planeta, pero sí puede prevenir y previene desastres. Aunque para que este planteamiento se haga universal, sería necesario y altamente recomendable hacer unos pequeños ajustes y unas buenas matizaciones pues el término educación es entendido e interpretado de múltiples maneras, las cuales, en muchas ocasiones, no son las más acertadas. Es preciso destacar una educación democrática y libre. Una educación implantada en los colegios, escuelas o institutos que no esté cargada de materias prescindibles y que tenga un enfoque completamente diferente. 

domingo, 27 de marzo de 2011

El efecto Pigmalión: la expectativa autocumplida

Cuenta el mito de Ovidio que un día, el rey de Chipre, Pigmalión, esculpió una estatua de una mujer de tan espléndida belleza que quedó prendado de ella. Tal era su deseo que convocó a los dioses para que convirtieran a la inerte figura en una mujer de verdad. Concediéndole el deseo, tuvo ante sus ojos a una mujer de carne y hueso a la que Pigmalión llamó Galatea. Se casaron y fueron felices.

Esta leyenda refleja perfectamente la situación con la que nos topamos cada día. Cuando nos relacionamos con nuestro entorno, con nuestros amigos, con nuestros padres, nuestra pareja, nuestros hijos o nuestros compañeros de trabajo, a menudo esperamos de ellos unas actitudes determinadas y nos formamos unas expectativas claras que esperamos que cumplan. Y así se lo transmitimos. Les comunicamos en situaciones cotidianas las esperanzas que depositamos y tenemos sobre ellos que, muy probablemente, se conviertan en realidad. A este modelo de relaciones se le conoce con el nombre del efecto Pygmalion. La esencia de este efecto se encuentra localizada en nuestra autoestima pues, las esperanzas positivas o negativas del emisor se comunican al receptor que experimentará un refuerzo positivo o negativo de su autoconcepto o autoestima (Menores en desamparo y conflicto social. El efecto Pigmalión. Pilar Oñate y García de la Rasilla, 1996).

Esto es, nuestras expectativas se depositan en el emisor e incidirán en su autoconcepto o autoestima, mermando si nuestras expectativas son negativas, y reforzando si nuestras esperanzas son positivas. Es alentador y recomendable cuando se usa de forma positiva, pero es fulminante si se usa de modo perverso. El receptor corre el peligro de acabar creyéndose lo que el emisor le transmite, sobre todo, si este último representa una figura digna de admiración y respeto. Por tanto, es preciso mantenernos alerta y tener cuidado en nuestras relaciones sociales cotidianas pues, sin quererlo, podemos estar dañando una de las zonas más delicadas y vitales del ámbito afectivo y del campo emocional del ser humano.

El Pigmalión positivo se refiere, en general, a una actitud de refuerzo que consiste en acompañar. Manifiesta en el receptor una muestra de interés y de aprecio por parte del emisor que le permite descubrir aquellos valores y atractivos ocultos en él. Aporta y enriquece al beneficiario ayudándole a utilizar sus recursos propios, a descubrirse a sí mismo, a crear una actitud responsable y a motivar. Cuando una madre observa que su hijo está absorto durante horas frente al televisor sin hacer nada adoptando una actitud totalmente pasiva y le dice en tono afable: "Hijo, ¿qué haces aquí delante de la televisión? ¿Por qué no te animas y vamos a dar un paseo los dos y así te da un poco el aire en esa carita tan bonita que tienes? Mira que eres guapo hijo". En estos momentos se le refuerza de una manera positiva pues la madre le está transmitiendo que es guapo, que a ella le gusta el físico del hijo y que para ella, sea como sea el chaval, es digno de ser visto. En esos momentos, la autoestima del hijo se ha visto reforzada y, posiblemente, el hijo se anime a acompañar a su madre.

Sin embargo, cuando el Pigmalión resulta ser negativo, los conflictos personales externos e internos están servidos. Manifiesta una actitud negativa, de reproche, de insatisfacción, de desmotivación, e incluso de ataque. El emisor transmite que no está a gusto con su compañero, que algo de su actitud le molesta, que puede llegar a irritarle, que le sanciona o le juzga. Y el emisor, ante esto, reacciona de diversas formas. Pero todas ellas son negativas. Se siente dolido, triste, desmotivado, atacado, herido, injustamente tratado e irrespetado.

Este efecto es conocido también como teoría del etiquetaje. Un hombre ha violado a una mujer. Ese hombre, para la sociedad, que ejerce un poder inmenso en el individuo, es un violador. Y subrayo la palabra es porque su actitud se generaliza y pasa a ser su completa identidad. No "ha hecho", para la sociedad simple y llanamente "es". Se etiqueta con el label de violador y cuando cumpla condena y salga a la calle, le recordaremos como el violador. Esta etiqueta hiere, ataca y deja huella en la autoestima. De tanto transmitírselo, acaba creyéndoselo. Y cuando alguien cree en algo, lo cumple hasta el final. Esa persona probablemente no se cure nunca porque desde nuestra perspectiva no se lo permitimos. Pongamos el caso anterior. Una madre observa que su hijo está absorto durante horas frente al televisor sin hacer nada adoptando una actitud totalmente pasiva, solo que, esta vez, el tono de la mujer es más duro. Le dice al hijo: "Pero mira que eres vago. Si es que ya lo dice tu padre que no vales para nada. Mírate ahí tirado...¡qué asco de verdad hijo! ¡Muévete o haz algo!". Este chico probablemente no haga nada. La madre le transmite mensajes negativos y etiquetas constantes: eres vago y no vales, es decir, eres un inútil. Con esta información destructiva y agresiva se consigue mermar y fulminar la autoestima de una persona convirtiéndole en alguien que aborrecemos.

Para una persona es muy duro percibir que parece que alguien la aborrece. El mensaje es: "no hacemos", sólamente "somos". Este efecto es perverso y peligroso. Lo bueno es muy bueno pero lo malo es peor. Si ya es de por sí resulta dañino recuerden lo que le dijo Julia Roberts a Richard Gere en Pretty Woman, que "lo malo siempre es mucho más fácil de creer".

¡Legalicemos la prostitución!

El trabajo más viejo del mundo, a pesar de su antigüedad e historia, sigue abriendo brechas y generando polémicos debates en algunas de nuestras sociedades occidentales que tanto nos gusta describir como "desarrolladas, progresistas y democráticas" y con la que tanto se nos llena la boca de espumoso orgullo. Pero la realidad es bien distinta, es bien hipócrita. Podríamos hablar sobre muchos ejemplos de hipocresía codiciosa como el aborto, la droga o la pobreza; pero, hoy centramos la controversia sobre este trabajo tan veterano que durante tantos y tantos años nos ha acompañado, y que si por mí fuese, tantos y tantos años nos acompañaría: la prostitución.

La R.A.E, conservadora y arcaica, define la prostitución como aquella "actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero". Lógicamente, al tratarse de un libro objetivo debe definir el léxico del vocabulario español según la norma, pero aún su talante anticuado, lo describe tal y como es: una actividad sexual a cambio de dinero. Yo, personalmente, añadiría un matiz que, aparentemente puede parecer insignificante, pero que si la sociedad lo asumiéramos, bastantes aspectos turbios y oscuros sobre la prostitución desaparecerían. Que se considere un trabajo, un trabajo como otro cualquiera; que sea legal. En múltiples debates se oyen voces de censura e ilegalización para esta “actividad” alegando ser impropia, sucia, degradante para la mujer, machista, inmoral, etc. Cuando estas personas argumentan sus tajantes afirmaciones, generalmente, lo hacen bajo lo siguiente: “es que es vender tu cuerpo por acostarte con sebosos y viejos verdes” o “es que yo sería incapaz de hacerlo con alguien por dinero, por favor, es asqueroso y carece de valores éticos y morales”. Pero ¿cuánto de universal tienen estas afirmaciones?